Antología de textos literarios de las vanguardias

Manifiesto futurista de FILIPPO MARINETTI

 

1.Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito a la energía y a la temeridad.

 

2. El coraje, la audacia y la rebelión serán elementos esenciales de nuestra poesía.

 

3. La literatura exaltó hasta hoy la movilidad penosa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso de carrera, el salto mortal, la bofetada y el puño.

 

4. Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido de una nueva belleza: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras con su cofre adornado de gruesos tubos similares a serpientes de hálito explosivo... un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia.

Recomendaciones Para hacer un poema dadaísta de TRISTAN TZARA

 

               Coja un periódico.

                        Coja unas tijeras.

                        Escoja en el periódico un artículo de la longitud que cuenta darle a su poema.

                        Recorte el artículo.

                        Recorte con cuidado cada una de las palabras que forman el artículo y métalas en una bolsa.

                        Agítela suavemente.

                        Ahora saque cada recorte uno tras otro.

                        Copie concienzudamente

                        en el orden en que hayan salido de la bolsa.

                        El poema se parecerá a usted.

                   Y es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendida del vulgo.

Manifiesto surrealista (Secretos del arte mágico del Surrealismo) de ANDRÉ BRETON

 

Ordenen que les traigan recado de escribir, después de haberse situado en un lugar que sea lo más propicio posible a la concentración de su espíritu, al repliegue de su espíritu sobre sí mismo. Entren en el estado más pasivo, o receptivo, de que sean capaces. Prescindan de su genio, de su talento, y del genio y el talento de los demás.

Díganse hasta empaparse de ello que la literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a todas partes. Escriban deprisa, sin tema preconcebido, escriban lo suficientemente deprisa para no poder refrenarse, y para no tener la tentación de leer lo escrito. La primera frase se les ocurrirá por sí misma, ya que en cada segundo que pasa hay una frase, extraña a nuestro pensamiento consciente, que desea exteriorizarse.

Resulta muy difícil pronunciarse con respecto a la frase inmediata siguiente; esta frase participa, sin duda, de nuestra actividad consciente y de la otra, al mismo tiempo, si es que reconocemos que el hecho de haber escrito la primera produce un mínimo de percepción. Pero eso, poco ha de importarles; ahí es donde radica, en su mayor parte, el interés del juego surrealista. No cabe la menor duda de que la puntuación siempre se opone a la continuidad absoluta del fluir de que estamos hablando, pese a que parece tan necesaria como la distribución de los nudos en una cuerda vibrante. Sigan escribiendo cuanto quieran. Confíen en la naturaleza inagotable del murmullo. Si el silencio amenaza, debido a que han cometido una falta, falta que podemos llamar «falta de inatención», interrumpan sin la menor vacilación la frase demasiado clara. A continuación de la palabra que les parezca de origen sospechoso pongan una letra cualquiera, la letra l, por ejemplo, siempre la l, y al imponer esta inicial a la palabra siguiente conseguirán que de nuevo vuelva a imperar la arbitrariedad.

Greguerías de RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA

 

 “El cerebro es un paquete de ideas arrugadas que llevamos en la cabeza”.

“Las espigas hacen cosquillas al viento”.

Venecia es el sitio en que navegan los violines.

El reloj del capitán de barco cuenta las olas.

El viento es torpe: el viento no sabe cerrar una puerta.

El Coliseo en ruinas es como una taza rota del desayuno de los siglos.

La ametralladora suena a máquina de escribir de la muerte.

El lápiz sólo escribe sombras de palabras.

El agua no tiene memoria: por eso es tan limpia.

El perfume es el eco de las flores.

El mar sólo ve viajar: él no ha viajado nunca.

En el vinagre está todo el mal humor del vino.

El espantapájaros semeja un espía fusilado.

El tenedor es el peine de los tallarines.

Abrir un paraguas es como disparar contra la lluvia.

Lo único que está mal en la muerte es que nuestro esqueleto podrá confundirse con otro

El cocodrilo es un zapato desclavado.

El rayo es una especie de sacacorchos encolerizado.

“¡Qué sábana más dura!” (Era su losa).

El viaje más barato es el del dedo en el mapa.

El cometa es una estrella a la que se le ha deshecho el moño.

El león tiene en la punta de la cola la brocha de afeitar.

La liebre es libre.

El reloj nos va afeitando la vida.

El agua se suelta el pelo en las cascadas.

Los ceros son los huevos de los que salieron las demás cifras.

La muerte es hereditaria.

Las gotas de rocío son unas lágrimas anticipadas por lo efímero que es el día que nace.

Los que fechan cualquier cosa con números romanos –MCMXXXV- son unos MMMEMOS.

La pulga hace guitarrista al perro.

 

ALGUNOS POEMAS VANGUARDISTAS:

 

Marcha futurista de FILIPPO MARINETTI

 

Iró   iró   iró   pic   pic

Iró   iró   iró  paac   paac

MAAA   GAAA   LAAA

MAAA   GAAA   LAAA

RANRAN   ZAAAF

RANRAN   ZAAAAAAF

 

Caligrama La paloma apuñalada y el surtidor de GUILLAUME APOLLINAIRE

Girándula de VICENTE HUIDOBRO

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS DE LA GENERACIÓN DEL 27

 

Romancero gitano de FEDERICO GARCÍA LORCA

 

CANCIÓN DEL JINETE

 

Córdoba.

Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,

y aceitunas en mi alforja.

Aunque sepa los caminos

yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,

jaca negra, luna roja.

La muerte me está mirando

desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!

¡Ay mi jaca valerosa!

¡Ay que la muerte me espera,

antes de llegar a Córdoba!

Córdoba.

Lejana y sola.

Poeta en Nueva York de FEDERICO GARCÍA LORCA

 

LA AURORA

 

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas.

 

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

 

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible:

a veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños.

 

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraísos ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

 

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

Marinero en tierra de RAFAEL ALBERTI

 

El mar. La mar.

El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,

a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste

del mar?

En sueños la marejada

me tira del corazón;

se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste

acá?

Gimiendo por ver el mar,

un marinerito en tierra

iza al aire este lamento:

¡Ay mi blusa marinera;

siempre me la inflaba el viento

al divisar la escollera!

 

Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos de RAFAEL ALBERTI

 

BUSTER KEATON BUSCA POR EL BOSQUE A SU NOVIA, QUE ES UNA VERDADERA VACA (Poema representable)

 

1, 2, 3 y 4

En estas cuatro huellas no caben mis zapatos.

Si en estas cuatro huellas no caben mis zapatos,

¿de quién son estas cuatro huellas?

¿De un tiburón,

de un elefante recién nacido o de un pato?

¿De una pulga o de una codorniz?

(Pi, pi, pi.)

¡Georginaaaaaaaaaa!

¿Donde estás?

¡Que no te oigo Georgina!

¿Que pensarán de mí los bigotes de tu papá?

(Papaaaaaaaa.)

¡Georginaaaaaaaaaaa!

¿Estás o no estás?

Abeto, ¿dónde está?

Alisio, ¿dónde está?

Pinsapo, ¿dónde está?

¿Georgina pasó por aquí?

(Pi, pi, pi, pi)

Ha pasado a la una comiendo yervas.

Cucu,

el cuervo la iba engañando con una flor de resada.

Cuacua,

la lechuza, con una rata muerta.

¡Señores, perdonadme, pero me urge llorar!

(Gua, gua, gua)

¡Georgina!

Ahora que te faltaba un solo cuerno

para doctorarte en la verdaderamente útil carrera de ciclista

y adquirir una gorra de cartero.

(Cri, cri, cri, cri)

Hasta los grillos se apiadan de mí

y me acompaña en mi dolor la garrapata.

Compadecete del smoking que te busca y te llora entre aguaceros

y del sombrero hongo que tiernamente

te presiente de mata en mata.

¡Georginaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

(Maaaaaa).

¿Eres una dulce niña o una verdadera vaca?

Mi corazón siempre me dijo que eras una verdadera vaca.

Tu papá, que eras una dulce niña.

Mi corazón, que eras una verdadera vaca.

Una dulce niña.

Una verdadera vaca.

Una niña

Una vaca.

¿Una niña o una vaca?

O ¿una niña y una vaca?

Yo nunca supe nada.

Adios, Georgina.

(¡Pum!)

 

Cántico de JORGE GUILLÉN

 

 BEATO SILLÓN

 

 ¡Beato sillón! La casa

corrobora su presencia

con la vaga intermitencia

de su invocación en masa

a la memoria. No pasa

nada. Los ojos no ven,

saben. El mundo está bien

hecho. El instante lo exalta

a marea, de tan alta,

de tan alta, sin vaivén.

 

LAS DOCE EN EL RELOJ

 

Dije: Todo ya pleno.

Un álamo vibró.

Las hojas plateadas

Sonaron con amor.

Los verdes eran grises,

El amor era sol.

Entonces, mediodía,

Un pájaro sumió

Su cantar en el viento

Con tal adoración

Que se sintió cantada

Bajo el viento la flor

Crecida entre las mieses,

Más altas. Era yo,

Centro en aquel instante

De tanto alrededor,

Quien lo veía todo

Completo para un dios.

Dije: Todo, completo.

¡Las doce en el reloj!

 

La voz a ti debida de PEDRO SALINAS

 

                  Para vivir no quiero

                  islas, palacios, torres.

                  ¡Qué alegría más alta:

                  vivir en los pronombres!

                  Quítate ya los trajes,

                  las señas, los retratos;

                  yo no te quiero así,

                  disfrazada de otra,

                  hija siempre de algo.

                  Te quiero pura, libre,

                  irreductible: tú.

                  Sé que cuando te llame

                  entre todas las gentes

                  del mundo,

                  sólo tú serás tú.

                  Y cuando me preguntes

                  quién es el que te llama,

                  el que te quiere suya,

                  enterraré los nombres,

                  los rótulos, la historia.

                  Iré rompiendo todo

                  lo que encima me echaron

                  desde antes de nacer.

                  Y vuelto ya al anónimo

                  eterno del desnudo,

                  de la piedra, del mundo,

                  te diré:

                 “Yo te quiero, soy yo”.

 

Razón de amor de PEDRO SALINAS

 

Ayer te besé en los labios.

Te besé en los labios. Densos,

rojos. Fue un beso tan corto

que duró más que un relámpago,

que un milagro, más.

El tiempo

después de dártelo

no lo quise para nada

ya, para nada

lo había querido antes.

Se empezó, se acabó en él.

 

Hoy estoy besando un beso;

estoy solo con mis labios.

Los pongo

no en tu boca, no, ya no

—¿adónde se me ha escapado?—.

Los pongo

en el beso que te di

ayer, en las bocas juntas

del beso que se besaron.

Y dura este beso más

que el silencio, que la luz.

Porque ya no es una carne

ni una boca lo que beso,

que se escapa, que me huye.

No.

Te estoy besando más lejos.

 

ANTOLOGÍA DE TEXTOS DE MAX AUB

 

Yo vivo

 

CAPÍTULO II. DE LA DUCHA.

 

  De repente, el agua fría por la espalda. Estallido. La fuerza.

   El agua fría, fría, rebotando, cayendo en regatos por la cabeza, abriéndose camino por el pelo todavía enmarañado de sueño. Sentirse otro, sin resuello. El agua fría por el pecho, por el vientre, por las piernas. Los pies chapoteando el agua dulce por las baldosas nidias. Enrique levanta la cara para recibir la lluvia que mide con la llave en la mano; hacia la izquierda arrecia, hacia la derecha se ahoga. Otra vez la espalda. ¡Agua dura y blanda que despierta y abre el día! Agua tibia, ya templada porque le templó. Agua corriente, bautismo.

 

Crímenes ejemplares

 

(13)

LO MATÉ porque era de Vinaroz.

 

(22)

ÍBAMOS COMO SARDINAS y aquel hombre era un cochino. Olía mal. Todo le olía mal, pero sobre todo los pies. Le aseguro a usted que no había manera de aguantarlo. Además el cuello de la camisa, negro, y el cogote mugriento. Y me miraba. Algo asqueroso. Me quise cambiar de sitio. Y, aunque usted no se lo crea, ¡aquel individuo me siguió! Era un olor a demonios, me pareció ver correr bichos por su boca. Quizá lo empujé demasiado fuerte. Tampoco me van a echar la culpa de que las ruedas del camión le pasaran por encima.

 

(31)

ERA TAN FEO el pobre, que cada vez que me lo encontraba, parecía un insulto. Todo tiene su límite.

 

(45)

MATÓ A SU HERMANITA la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para ella.

 

(63)

HABLABA, Y HABLABA, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

 

Campo cerrado

 

1.     Viver de las Aguas

 

  De pronto se apagan las luces: las diez, la luna luce su presencia en las paredes jaharradas1: el jalbegue2 se parte, mitad blanco, mitad gris. El silencio corre por las calles del poblado, como un calofrío (…). Primeros de septiembre y el aire frío bajando por el Ragudo; más arriba las estrellas de monte, tachas del viento.

  La plaza, por ocho días ruedo verdadero, apuntaladas las fachadas limpias de derrengaduras con escaleras y tablones,(…); la plaza, acabadas de tocar las diez, ombligo del mundo. Mil quinientas almas y la Raya de Aragón. Hacia abajo, caídos hacia la mar, por Jérica y Segorbe, los pueblos de Valencia; cuesta arriba, por Sarrión, el áspero, desnudo camino de Teruel.

  El reloj de la iglesia tiene la luna de cara; a todos les baraja el regustillo del miedo con el de la espera, un no se sabe qué otea por las espaldas; hay menos aire entre las gentes. (…)

  En lo más remoto de su memoria Rafael López Serrador no halla un recuerdo más viejo; de su niñez es ésa la imagen más cana: el momento en el cual, por las fiestas de septiembre, van a soltar el toro de fuego; eso y el ruido del agua viva por la tierra: fuentes, manantiales, acequias.

  El toro de fuego siempre ha matado a cinco o seis hombres: un animal bárbaro y terrible, mejor encornado que “Fávila”, que el 89 mató a ocho en Rubielos de Mora (…)

  Las vaquillas corren, los mozos las jalean y les dan cantonada; la gente, hombres y mujeres, sale a recibirlas por la carretera en busca del susto (¡ay, qué susto!), del miedo (¡ay, qué miedo!), de la topada y del escalo de las rejas de la casa amiga (…) Polvo y cerveza, carreras de cintas mientras la banda enhebra pasodobles.

 

1  jaharradas: cubiertas con una capa de yeso

2  jalbegue: blanqueo de las paredes hecho con cal o arcilla blanca

 

 

ANTOLOGÍA DE TEXTOS DE MIGUEL HERNÁNDEZ

 

LLEGÓ CON TRES HERIDAS

 

Llegó con tres heridas:

la del amor,

la de la muerte,                  

la de la vida.

 

Con tres heridas viene:

la de la vida,

la del amor,

la de la muerte.

 

Con tres heridas yo:

la de la vida,

la de la muerte,

la del amor.

 

ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ

 

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se                          

me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,

con quien tanto quería.)

 

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

 

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento.

a las desalentadas amapolas

 

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

 

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

 

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

 

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

 

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

 

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

 

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.

 

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

 

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

 

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

 

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

 

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

 

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

 

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

 

 

PARA LA LIBERTAD

 

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.

Para la libertad, mis ojos y mis manos,

como un árbol carnal, generoso y cautivo,

doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones

que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,

y entro en los hospitales, y entro en los algodones

como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos

de los que han revolcado su estatua por el lodo.

Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,

de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,

ella pondrá dos piedras de futura mirada

y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan

en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño:

porque aún tengo la vida.

 

                              El hombre acecha, (1938-39)

 

 

NANAS DE LA CEBOLLA

 

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre.

Escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla,

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

 

En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre,

escarchada de azúcar,

cebolla y hambre.

 

Una mujer morena

resuelta en luna

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete, niño,

que te tragas la luna

cuando es preciso.

 

Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto

que mi alma al oírte

bata el espacio.

 

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.

 

Es tu risa la espada

más victoriosa,

vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol.

 

Porvenir de mis huesos

y de mi amor.

La carne aleteante,

súbito el párpado,

el vivir como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo!

 

Desperté de ser niño:

nunca despiertes.

Triste llevo la boca:

ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.

 

Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne es el cielo

recién nacido.

¡Si yo pudiera remontarme al origen

de tu carrera!

 

Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.

 

Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes de abajo

buscando el centro.

 

Vuela, niño, en la doble

luna del pecho:

él, triste de cebolla,

tú, satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

 

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS DESDE LA POSGUERRA HASTA LA   ACTUALIDAD Y DE LITERATURA HISPANOAMERICANA

 

POESÍA

 

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres

(según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo

en este nicho en que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar

a los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando

como el perro enfurecido, fluyendo como la leche

de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole

por qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en

esta ciudad de Madrid,

por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen las grandes rosas del día, las

tristes azucenas letales de tus noches ?

 

                                         DÁMASO ALONSO, Hijos de la ira

 

NARRATIVA

 

El sol arriba se embebía en las copas de los árboles, trasluciendo el follaje multiverde. Guiñaba de ultrametálicos destellos en las rendijas de las hojas y hería diagonalmente el ámbito del soto, en saetas de polvo encendido, que tocaban el suelo y entrelucían en la sombra, como escamas de luz. Moteaba de redondos lunares, monedas de oro, las espaldas de Alicia y de Mely, la camisa de Miguel y andaba rebrillando por el centro del corro en los vidrios, los cubiertos de alpaca, el aluminio de las tarteras, la cacerola roja, la jarra de sangría, todo allí encima de blancas, cuadrazules servilletas, extendidas sobre el polvo.

- ¡Bueno, hombre!, ¿qué os pasa ahora? ¿Me la vais a quitar? - Echaba el brazo por los hombros de Carmen y la apretaba contra su costado, afectando codicia, mientras con la otra mano cogía un tenedor y amenazaba, sonriendo:

- ¡El que se arrime...!

- Sí, sí, mucho teatro ahora -dijo Sebas-; luego la das cada plantón, que le desgasta los vivos a las esquinas, la pobre muchacha, esperando.

- ¡Si será infundios! Eso es incierto.

- Pues que lo diga ella misma, a ver si no.

- ¡Te tiro...! -amagaba Santos levantando en la mano una lata de sardinas.

- ¡Menos!

- Chss, chss, a ver eso un segundo... -cortó Miguel-. Esa latita.

- ¿Esta?

- Sí, esa; ¡verás tú...!

- Ahí te va.

Santos lanzó la lata y Miguel la blocó en el aire y la miraba:

- ¡Pero no me mates! -exclamó-. Lo que me suponía. ¡Sardinas! ¡Tiene sardinas el tío y se calla como un zorro! ¡No te creas que no tiene delito! -miraba cabeceando hacia los lados.

- ¡Sardinas tiene! -dijo Fernando-. ¡Qué tío ladrón! ¡Para qué las guardabas? ¿Para postre?

                                                              RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO,

El Jarama

 

Martín Marco se para ante los escaparates de una tienda de lavabos que hay en la Calle de Sagasta. La tienda luce como una joyería o como la peluquería de un gran hotel, y los lavabos parecen lavabos del otro mundo, lavabos del Paraíso, con sus grifos relucientes, sus lozas tersas y sus nítidos, purísimos espejos. Hay lavabos blancos, lavabos verdes, rosa, amarillos, violeta, negros; lavabos de todos los colores. ¡También es ocurrencia! Hay baños que lucen hermosos como pulseras de brillantes, bidets con un cuadro de mandos como el de un automóvil, lujosos retretes de dos tapas y de ventrudas, elegantes cisternas bajas donde seguramente se puede apoyar el codo, se pueden incluso colocar algunos libros bien seleccionados, encuadernados con belleza: Holderlin, Keats, Valéry, para los casos en que el estreñimiento precisa de compañía; Rubén, Mallarmé, sobre todo Mallarmé, para las descomposiciones de vientre. ¡Que porquería!
Martin Marco sonríe, como perdonándose, y se aparta del escaparate.
La vida -piensa- es todo. Con lo que unos se gastan para hacer sus necesidades a gusto, otros tendríamos para comer un año. ¡Está bueno! Las guerras deberían hacerse para que haya menos gentes que hagan sus necesidades a gusto y pueda comer el resto un poco mejor. Lo malo es que, cualquiera sabe por qué, los intelectuales seguimos comiendo mal y haciendo nuestras cosas en los cafés. ¡Vaya por Dios!
A Martín Marco le preocupa el problema social. No tiene ideas muy claras sobre nada, pero le preocupa el problema social.


-Eso de que haya pobres y ricos -dice a veces- está mal; es mejor que seamos todos iguales, ni muy pobres ni muy ricos, todos un término medio. A la humanidad hay que reformarla. Debería nombrarse una comisión de sabios que se encargase de modificar la humanidad. Al principio se ocuparían de pequeñas cosas, enseñar el sistema métrico decimal a la gente, por ejemplo, y después, cuando se fuesen calentando, empezarían con las cosas más importantes y podrían hasta ordenar que se tirasen abajo las ciudades para hacerlas otra, vez, todas iguales, con las calles bien rectas y calefacción en todas las casas. Resultaría un poco caro, pero en los Bancos tiene que haber cuartos de sobra.


Una bocanada de frío cae por la calle de Manuel Silvela y a Martín le asalta la duda de que va pensando tonterías.


-¡Caray con los lavabitos!


Al cruzar la calzada un ciclista lo tiene que apartar de un empujón.
-¡Pasmado, que parece que estás en libertad vigilada! A Martín le subió la sangre a la cabeza.


-¡Oiga, oiga!


El ciclista volvió la cabeza y le dijo adiós con la mano.

                                                CAMILO JOSÉ CELA,

La colmena

 

TEATRO

 

(Se abre la puerta de la calle y aparece la cabeza de CHUSA, veinticinco años, gordita, con cara de pan y gafas de aro.)

CHUSA. ¿Se puede pasar? ¿Estás visible? Que mira, que ésta es Elena, una amiga muy maja. Pasa, pasa, Elena.

(Entra y detrás ELENA con una bolsa en la mano, guapa, de unos veintiún años, la cabeza a pájaros y buena ropa.)

Este es Jaimito, mi primo. Tiene un ojo de cristal y hace sandalias.

ELENA. (Tímidamente) ¿Qué tal?

JAIMITO. ¿Quieres también mi número de carnet de identidad? No te digo. ¿Se puede saber dónde has estado? No viene en toda la noche, y ahora tan pirada como siempre.

CHUSA. He estado en casa de ésta. ¿A que sí, tú? No se atrevía a ir sola a por sus cosas por si estaba su madre, y ya nos quedamos allí a dormir. (Saca cosas de comer de los bolsillos) ¿Quieres un bocata?

JAIMITO. (Levantándose del asiento muy enfadado, con la sandalia en la mano.) Ni bocata ni leches. Te llevas las pelas, y la llave, y me dejas aquí colgao, sin un duro... ¿No dijiste que ibas a por papelillo?

CHUSA. Iba a por papelillo, pero me encontré a ésta, ya te lo he dicho. Y como estaba sola...

JAIMITO. ¿Y ésta quién es?

CHUSA. Es Elena.

JAIMITO. Eso ya lo he oído, que no soy sordo. Elena.

ELENA. Sí, Elena.

JAIMITO. Que quién es, de qué va, de qué la conoces...

CHUSA. De nada. Nos hemos conocido anoche, ya te lo he dicho.

(...)

JAIMITO. !Anda que...! Lo que yo te diga.

CHUSA. Pon tus cosas por ahí. Mira, ese es el baño, ahí está el colchón. Tenemos "maría" plantada en ese tiesto, pero casi no crece, hay poca luz. (Al ver la cara que está poniendo Jaimito). Se va a quedar a vivir aquí.

JAIMITO. Sí, encima de mí. Si no cabemos, tía, no cabemos. A todo el que encuentra lo mete aquí. El otro día al mudo, hoy a ésta. ¿Tú te has creído que esto es el refugio El Buen Pastor, o qué?

CHUSA. No seas borde.

ELENA. No quiero molestar. Si no queréis, no me quedo y me voy.

JAIMITO. Eso es, no queremos.

CHUSA. (Enfrentándose a él) No tiene casa. ¿Entiendes? Se ha escapado. Si la cogen por ahí tirada... No seas facha. ¿Dónde va a ir? No ves que no sabe, además.

JAIMITO. Pues que haga un cursillo, no te jode. Yo lo que digo es que no cabemos. Y no digo más.

CHUSA. Sólo es por unos días, hasta que se baje al moro conmigo.

JAIMITO. ¿Que se va a bajar al moro contigo? Tú desde luego tienes mal la caja.

CHUSA. !Bueno! (Se desentiende de él y va hacia la cocina.) ¿Quieres un té, Elena?

ELENA. Sí, gracias; con dos terrones.

(Se sienta cómodamente para tomar el té. Jaimito la mira cada vez más preocupado, y Chusa canturrea desde la cocina mientras calienta el agua)

 

JOSÉ LUIS ALONSO DE SANTOS,

Bajarse al moro

 

 

                              LITERATURA HISPANOAMERICANA

 

 Aureliano, el primer ser humano que nació en Macondo, iba a cumplir seis años en marzo. Era silencioso y retraído. Había llorado en el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos.

 Mientras le cortaban el ombligo movía la cabeza de un lado a otro reconociendo las cosas del cuarto, y examinaba el rostro de la gente con una curiosidad sin asombro. Luego, indiferente a quienes se acercaban a conocerlo, mantuvo la atención concentrada en el techo de palma, que parecía a punto de derrumbarse bajo la tremenda presión de la lluvia. Úrsula no volvió a acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un día en que el pequeño Aureliano, a la edad de tres años, entró a la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una olla de caldo hirviendo. El niño, perplejo en la puerta, dijo: “Se va a caer”. La olla estaba birn puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició un movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedazó en el suelo. Úrsula, alarmada, le contó el episodio a su marido, pero este lo interpretó como un fenómeno natural. 

 

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ,

Cien años de soledad

 

 

                           Poema nº 20

 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

 

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

 

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

 

Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

 

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

 

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

 

Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

 

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

 

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

 

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

 

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

 

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,

mi alma no se contenta con haberla perdido.

 

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

 

 

 

 PABLO NERUDA,

Veinte poemas de amor y una canción desesperada

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