Taller de mandalas:

         El día 22 de diciembre, 2016, hicimos en el instituto un taller de mandalas con los alumnos de 2º C. Una compañera me pidió que pusiera por escrito lo que les comenté antes de comenzar. Y aquí van mis palabras.

         Para mí los mandalas son una metáfora del crecimiento; por eso están incluidos en todos los cursos del Proyecto Educativo Sistémico Lírica en Transversal. Sirven como un hilo conductor de los contenidos transversales que trabajamos desde la asignatura.

         Los mandalas de lana, especialmente, son como una alegoría del crecimiento. Cuando los elaboras afloran las metáforas que configuran los “principales ingredientes” de ese proceso que llamamos a veces crecer, a veces vivir.  Me refería con los alumnos a esos años de crecimiento de nuestro comienzo de vida en los que vivimos al amparo de los sistemas familiares de origen. Pero, realmente, son los ingredientes que nos acompañan siempre porque por siempre tendremos en nosotros el niño que fuimos.

         Les decía a los alumnos que para realizar un mandala necesitamos, como en cualquier proceso de vida: paciencia, afecto y confianza.

         Paciencia para respetarnos en los ritmos y devolvernos la unicidad que nos configura. Somos seres únicos y absolutamente diferentes a los demás. Paciencia para no empujar ni detener. Paciencia para respetar el ritmo externo que marcan los procesos vitales, y el ritmo interno que nos marca nuestra pertenencia a sistemas más amplios que el de nuestro ser individual. La paciencia necesaria para deshacer el tramo tejido y volver a comenzar.

         Afecto para cuidar y estar atentos. Para descubrir que somos amados gratuitamente. Que somos perfectos tal y como somos. Que cometemos errores pero no somos un error. Afecto para mirar el camino hecho, “torcido” o “desigual”, como dicen los alumnos, y no sentir el deseo de modificarlo o cambiarlo. Afecto para devolverles en nuestra mirada su propia imagen; para que se sientan amados y tenidos en cuenta. Para ofrecerles un lugar seguro donde poco a poco puedan ir construyendo su lugar de fuerza.  El afecto nos permite conectar con nuestra parte emocional y nos abre la puerta para atender necesidades que se esconden tras nuestros deseos.

         Y confianza, para dejar que las cosas ocurran.

         La paciencia y el afecto son algo que podemos elegir, por lo que podemos optar. La confianza es algo que permitimos que ocurra.

         Es ese lugar donde nos encontramos con el espacio que la vida nos deja para nuestro propio margen de maniobra. Ese lugar donde conectamos con nuestro criterio interno. Donde por fin somos lo que hemos venido a ser.  Este es el lugar más parecido al amor, un lugar, como dice una amiga “donde uno ya no tiene que esforzarse”.

 

         Lo más bonito es que cuando los alumnos terminan sus mandalas y los enseñan al grupo, todos son preciosos (los mandalas también).

Gracias por leernos...

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© Antonio Cruzans Gonzalvo